Deudas y ofensas
 
La Santa Iglesia católica romana y apostólica cometió un gran acierto al cambiar la letra del “Padre Nuestro”, porque no es lo mismo decir “y perdónanos nuestras deudas así como nosotros perdonamos a nuestros deudores” que decir “y perdona nuestras ofensas como nosotros perdonamos a los que nos ofenden”. No, no es lo mismo. Una deuda es una ofensa, una culpa, un pecado; pero una deuda también es una obligación que alguien tiene de pagar, satisfacer o reintegrar a otra persona –ya sea física o jurídica– algo, por lo común dinero. En el primero de los casos, la (ya no tan) nueva traducción del “Padre Nuestro” supone una importante adición de cuestiones a ser perdonadas por el Buen Dios, pues si bien toda deuda, en cuanto que pecado, puede ser considerada ofensa, no todas las ofensas tienen la consideración de deudas, pues afortunadamente la naturaleza humana permite otras muchas formas de humillar o herir el amor propio o la dignidad del prójimo.
Cosa bien distinta se produce en el segundo de los casos. Cuando nos encontramos con una deuda, aún cuando ésta parezca pequeña e insignificante, no sólo nos hallamos ante una obligación que alguien debe pagar, satisfacer o reintegrar a otra persona, no. Nos hallamos ante la base última y piedra angular –que no olvidemos fue la piedra que desecharon los arquitectos– de nuestro sistema económico y social, ante el fundamento definitivo de lo que permite al hombre blanco conservar la integridad de su amor propio y dignidad. Si el trabajo, como todos sabemos, dignifica al hombre, éste necesita el apoyo del Buen Dios para conservar aquél, y con él la esencia única de su dignidad humana. La carne es débil y en muchas ocasiones cara para los emolumentos percibidos a cambio de la actividad dignificadora. En esos momentos difíciles, en los que la tentación –que nunca descansa– aumenta esa presión que casi inexorablemente conduce a la encrucijada entre la miseria y el desdoro, las deudas contraídas –en tanto que obligaciones de pagar, satisfacer o reintegrar algo a otros– nos impiden perpetrar nuevas deudas –ahora si ofensas, culpas y pecados– contra la esencia última de nuestra naturaleza humana, y si la carne es débil y cara, podemos alimentarnos de patatas y macarrones, que son más baratos y tienen más hidratos de carbono, y mantener la dignidad y el amor propio.
La Santa iglesia bien lo sabe, sólo la fe, que sobre todo es crédito, puede salvar al mundo, y si las deudas se condonan, ¿quién concederá nuevos créditos a la buena nueva del Señor?
 
 
Impresiones de un señor de derechas
lunes 16 de mayo de 2005